Aún recuerdo la imagen de Aleksandra y él sentados en el hotel esperándome el día antes de su participación en el Foro de la Cultura. Era un día lluvioso y el profesor estaba muy acatarrado. Acababan de llegar de un viaje eterno desde Leeds con parada en Bilbao. Recuerdo que les propuse cenar algo pero Aleksandra, su esposa, me dijo que querían dar un paseo. «¡Pero si está lloviendo!», les dije, pero no me hicieron caso. Salieron a la calle sin paraguas, de noche, como dos tortolitos, a conocer la ciudad. En ese momento me empecé a dar cuenta de dos cosas: la primera, que no querían molestar; la segunda, que esta gente estaba hecha de otra pasta. No hay que olvidar que, siendo niño, Bauman huyó de Polonia por el nazismo y que a su vuelta también tuvo que abandonar su país al ser expulsado por el Partido Comunista. Su umbral de sufrimiento estaba claro que era muy diferente al nuestro. Me encantaba verles pasear de la mano y cómo se miraban. ¡Parecían una pareja de quinceañeros! Yo estaba asustado por el catarro que tenía, la lluvia y el frío (hay que recordar que estábamos en noviembre), no dormí en toda la noche pensando que se iba a poner malo y que no podría dialogar con Javier Gomá. Pero lo mejor estaba por llegar. A la mañana siguiente, nada más despertarse, fue a buscar a María y a Iris para regalarlas un ramo de flores. Y, no contento con eso, pregunto por Sonia, nuestra taxista, que la había traído de Bilbao. Tenía un ramo también para ella.
Su diálogo con Gomá, que moderó Mara Torres, fue espectacular. El público agotó todas las entradas de la Sala de Congresos del Fórum Evolución de Burgos semanas antes, lo que de alguna forma te reconcilia también con la vida. Bauman fue exquisito tanto en el fondo como en la forma. No quiso polemizar en ningún momento con Gomá. Fue un debate de mutuo respeto. Al acabar el diálogo, se marchó con Aleksandra al hotel. No quisieron cenar más que un té. Seguían con su idea de no molestar. No encontré ni el más mínimo rastro de ego en él. Todo era generosidad.
Estos días navideños, recordé una de sus célebres frases: «Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho». Lo que se consume, lo que se compra, «son sólo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos». Cuando empezamos con la idea de esta pequeña locura que es el Foro de la Cultura, el primer nombre que se nos vino a la cabeza fue el de Zygmunt Bauman. Nos costó cuatro años traerle por su vertiginosa agenda. Pero, al final, lo conseguimos gracias a infinidad de gestiones y, en especial, gracias a la ayuda de Iwona Zielinska, del Instituto Polaco, y de nuestros patrocinadores.
Son días muy tristes para nosotros pero también de enorme alegría por haber compartido unas horas con uno de los intelectuales más valiosos del siglo XX. En un mundo en el que todo es ruido y confusión, hacen falta muchos Bauman.
Óscar Blanco, coordinador del Foro de la Cultura